Al gallego Antonio nunca le importaron los cientos de aclaraciones sobre mi nombre. Lo solucionaba todo llamándome "María". Y es que para él, sus padres y los padres de sus padres, todas las mujeres debieran llamarse "como la madre del cordero":
- María primero y después ya cualquier nombre.
Chistaba quitándole importancia a mi gusto por tomar café americano (con mucha agua). Sorbía su café agrio y negro hablando de su época de inmigrante en Suiza, de su largo viaje, de su regreso a casa. Al terminar se levantaba y concluía :
- Bueno María, así es la vida.
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