Aquí veo hombres
a través del cielo cayendo con sus nubes encima de ellos
¿Pensaría que los hombres están vivos o están muertos?
Vivos, parecen resistirse a la caída
¿Podría decirme de qué están hechas las nubes?
De lágrima de una especie de recuerdos que se dispersan en la
memoria que no me dejan ver el futuro…
(Estrella, 2018, p.31)
Texto introductorio para Cielo de Pasco
Por Elizabeth Lino Cornejo
El
trabajo en las minas, el sufrimiento, la muerte y la vida cotidiana comenzaron
a cantarse en los huaynos y mulizas. Los poetas encontraron la forma de
eternizar en el subconsciente de la gente las promesas, los sueños, las
decepciones de aquella que alguna vez fue la tierra prometida. La amaron, la hicieron suya y ya no quisieron
irse.
Estuvieron
los migrantes extranjeros y regionales. Los primeros llegados por las crisis y
las guerras desde otro hemisferio. Los segundos en más de los casos por
enganche llevando en su gran mayoría tradiciones agrarias, estos fueron los
padres de nuestros abuelos. Los extranjeros se fueron vendiendo sus minas a la
gran corporación, no pudiendo competir con el capital que se abría paso con
maquinaria moderna. Les tocó entonces a nuestros abuelos, quienes fueron
empleados por esa corporación que con su llegada anunciaba “lluvia de oro”. Recordarían
los tiempos anteriores como una villa cosmopolita, y entre la construcción de
réplicas y las primeras destrucciones de lo que terminaría por llamarse la
ciudad antigua cantaron sus añoranzas. Entre ellos y nuestros padres, ya una
mezcla de viajeros de distintos lugares del país, acunaron la nostalgia. Se
tejieron recuerdos de la vida o de lo que de ella se contaba sobre la villa minera y la corporación norteamericana, y con el crecimiento de la ahora mina a tajo abierto, nació la nueva
ciudad distinta en construcción y concepto. Luego vinimos nosotros, nacimos
frente al tajo, rodeados ya por desechos mineros que se nos pegaban a los
zapatos cuando tratábamos de ir de la nueva a la antigua ciudad. Solo nos llegaron
noticias de aquel tiempo lejano, como una fantasía, como un mito. Nos es
difícil creer todo aquello porque ante nuestros ojos no hay lagunas ni calles.
¿Cómo
así una ciudad a la que llamaban opulenta
es un boquerón que se extiende amenazante frente a nosotros? ¿Cómo una ciudad real puede estarse resquebrajando?
La opulencia sobre la que se cantaba no fue para nosotros, sino más bien
explosiones, goteras y paredes cuarteadas. El espacio se fue transformando, el tajo -el
gran símbolo de progreso- al abrirse cada vez más se fue tragando nuestras
casas y lo que salía de las minas no solo fue llenando los volquetes sino
también se fue alojando en nuestros cuerpos. Así nos convertimos también en
réplicas, en unos casos de las explosiones con ondas expansivas inversas que comenzaron
a vibrar en nuestra sangre, en nuestros huesos y en las vísceras.
Hay un
claro quiebre entre el discurso de la generación que dice añorar aquel tiempo
llamado de bonanza y la generación que solo tiene ante sus ojos un paisaje
desollado, viejas fotografías y nombres de calles en un mapa que no coinciden
con el vacío. Queda solo imaginar, hasta que sin remedio se es atrapado por el
delirio. Lo que para ellos es una réplica para nosotros es la pieza original. Ya no se puede nombrar el espacio como un
lugar de esperanza porque en nombre de las futuras generaciones - que fuimos
nosotros- ese espacio ha dejado de ser. El todo se ha trocado por el vacío, el cual
ahora toma el protagonismo
¿Cómo
influye en los sujetos el cambio en el espacio que habitan? Sobre todo, cuando
dicho cambio es constante, y en el caso de Cerro de Pasco un cambio agresivo que
los desplaza poco a poco. El trabajo de Albert Estrella se encuentra entre las
exploraciones artísticas que se distancian de la nostalgia, pero no es ajeno a
lo que se dijo y aun intenta un puente con ese discurso. En su escritura están
presentes elementos de viejas mulizas o referencias a poetas anteriores que a
su vez son un pretexto para la interpelación. Está tan presente la ausencia y
el vacío, el “cielo” está arriba, pero se conecta con una profundidad tal que
ya no solo es lo físico que se observa sino lo que se hace uno en el cuerpo y
en la sangre. Si tal como anoté líneas arriba, hubo una generación que soñó con
una “lluvia de oro”, otra que vivió el golpe del costo de ese sueño y se
refugió nostálgica en el pasado, esta generación, quienes nacimos frente al
tajo y vimos construir casas al pie de los desmontes, es la generación que
asume los pasivos; cuyo marco son los relaves, la tierra revuelta y una enorme
mina a cielo abierto.
Cielo de Pasco juega con la
temporalidad, con la leyenda y la realidad. Las réplicas son solo pequeños
juegos de memoria, “No hay pasado, hay fantasmas que se esfuman como la
niebla”. El presente se va escribiendo, pero para desaparecer, porque, aunque
queramos ya no podremos desandar nuestros pasos, porque ese suelo es solo una
ilusión ante nuestras pisadas. Como lo fueron las viejas calles para nuestros
abuelos o lo que aun podemos recordar de lo que pisamos cuando niños, “porque
el progreso es otra calle que a veces te lleva al fracaso”.
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Sobre el autor:
Albert Niels Estrella Ureta (Cerro de Pasco, 1985) Lic. en Enfermería. Ha publicado Cuchillos afuera (2009), PoÉ o la construcción del cielo (2011), Las súper cuerdas (2013). Obtuvo el primer lugar del premio Nacional de poesía “Jaime Galarza Alcántara” (Jauja, 2010) con el poemario La familia disfuncional y otro poemas hereditarios. Dirige My Lourdes cartonera.----------------------
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