La Parada, mistura de luchas y sueños

viernes, 25 de enero de 2013 · Posted in , , , , , ,

Publicado en el suplemento Dominical de El Comercio
Domingo 20 de enero de 2013

Elizabeth Lino Cornejo

Te conocí vendiendo ají en La Parada 

A pocos metros de la puerta de ingreso de lo que hasta hace poco fue el mercado mayorista N° 1 de La Parada, aun están en una gruta Santa Rosa y San Martín, un nacimiento y dos cuadros pequeños del Señor Cautivo de Ayabaca, esperando seguramente la partida final y la transformación total de este espacio. Ya casi todos los puestos están vacíos, y a pesar que son cerca de las cuatro de la tarde aún hay actividad comercial, se ven apilados sacos de papas, cebollas y limones, niños jugando alrededor, hombres y mujeres descansando y guardando la mercadería. El mercado mayorista está poco a poco dejando de tener la presencia imponente que tuvo hace unos pocos meses, presencia que creció a lo largo de los últimos cincuenta años convirtiéndose en el corazón de un espacio que fue (y aun lo es) punto de llegada y de inicio de una nueva vida en Lima, la ciudad capital. 

El Mercado Mayorista no solo fue el terminal de un largo viaje de frutas y verduras de lo más variadas, sino también de un gran movimiento poblacional. Dicho mercado tenía su propio sistema, el que se construyó desde una diversidad de formas de compra, venta y relaciones diversas, a la usanza de los diferentes pueblos y comunidades del Perú; sistema al que ahora, le toca reinventarse debido a su traslado. Pero la actividad comercial no se ha limitado a dicho recinto, este se expandió a lo largo de las calles, una mistura de colores, sabores, olores, rostros, sonidos, sombreros, carretas y carretillas; bocinas de combis y autos que salen desde los incontables puestos de hierbas, comida, verdura fresca, utensilios de plástico, ropa, cebos de culebras, cartas de tarot, juegos para niños, música y una infinidad de productos que cubren las más insospechadas necesidades. Lugar que parece infinito y que se alimenta además con la llegada de cada vida y de cada sueño cargado, si no en un camión, en una carreta, en una maleta o un quipe desde lugares cuyos nombres casi no se conocen en esta ciudad. 

Yo era cargador de un viejo camión que ahí trabajaba

Desde donde se mire, La Parada es un espacio estigmatizado por la violencia y el mundo del hampa. Se han tejido diversos discursos para deslegitimar la cultura de este lugar, por la procedencia de quienes lo habitan, por las necesidades que solo este espacio ha sabido cubrir, por los sistemas “no modernos” utilizados en él, y sin duda por la presencia innegable de cierto grado de violencia. Se lo ha reducido a un espacio de robo y delincuencia generalizada, pero La Parada en cada rincón, en cada puesto en cada moneda, en cada carretilla es sobre todo una muestra de tesón y lucha por enfrentarse a la vida, por sobrevivirla y escalar desde las posiciones menos privilegiadas a una vida digna que sea capaz de dar bienestar a cada uno los miembros de las familias que lo habitan.

A finales de los años 60 el antropólogo norteamericano Richard Patch publicó un estudio sobre La Parada, desde su observación y las historias de vida que pudo conocer a través de la mediación de algunas personas con más facilidad de convivencia en el lugar; describe las dificultades y retos para la inserción del poblador migrante en Lima, el idioma, la diferencia de clases, los criterios raciales y el proceso de asimilación. Parte de su primera conclusión anota, “…trabajan duro y parejo en las tareas que han escogido. Consideran que el individuo y su familia pueden alcanzar el éxito a través de sus propios esfuerzos, y son capaces de responsabilizarse a sí mismos y no al destino por el fracaso. Existe una gama notable de sentido empresarial, con perspectivas limitadas por la falta de oportunidad pero impresionante por el grado de imaginación que se le dedica”. A estos hombres y mujeres hoy se les llama “emprendedores”. 

Vamos por un caldo de gallina

Muy temprano por la mañana, apenas el sol está dando la cara, las carretas de desayuno toman el lugar. Los platos humeantes de caldo de cabeza y mote pasan por las manos callosas de los cargadores que están a la espera de los camiones. La radio está sonando, es huayno o cumbia que se confunde con el vocerío de la gente. En el chifa de Avelino, este les cuenta a sus amigos del periplo de su padre desde la China hasta llegar a La Parada. Más tarde, cuando los vendedores de todo y de nada toman la calle, la gente se agolpa frente a un hombre quien enciende un trozo de tela y luego de apagarlo lo muestra incólume, asegurándose de esta forma la venta de unos cuantos metros. Otro hombre desciende de un auto y con un paquete de camisas se dirige a un bazar cercano, un niño- seguramente su hijo- se ha quedado en el vehículo y unos jovenzuelos le han sustraído un sobre por una de las ventanas; los ve desaparecer detrás de un puesto de hierbas y flores, detrás de un cartel que dice, “curandera: pactada con el sol y la luna, la noche y el mar”.

Elizabeth Lino Cornejo. Con la tecnología de Blogger.