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Discurso de Miguel Rubio Zapata, director del Grupo Cultural Yuyachkani, al recibir el Premio Nacional de Cultura

jueves, 12 de diciembre de 2019 · Posted in , , , , ,


Cesar Vallejo dice que el teatro es como un sueño, algo que irrumpe acompañado de metáforas contradictorias y de una naturaleza arbitraria, atributos con las que soñar nos lleva a un mundo distinto, en el que seguimos vivos pese a estar en otra frecuencia.
Hace 48 años nos lanzamos a soñar para dialogar así con nuestro país. En el camino nos encontramos con narrativas y personajes históricamente invisibilizados, los que luego reaparecerían como protagonistas de nuevas historias que contaban del desarraigo, la migración, la injusticia, el derecho a la memoria.
Al afinar, entonces, la mirada en el entorno, nos sentimos herederos de viejas tradiciones y también confrontados con los complejos e intensos procesos sociales y políticos que teníamos frente a nosotros.
La imagen puede contener: 2 personasLos lenguajes de nuestro teatro se cargaron así de visualidad, de teatralidad callejera, de oralidad, de carnaval, de fiesta con máscara, música y danza. Prácticas culturales diversas, tradicionales y contemporáneas, se amalgamaron rompiendo imaginarios y estimulando nuevas narrativas. En este proceso entendimos el teatro como un fenómeno local, como construcción cultural históricamente determinada.
Los movimientos sociales y sus prácticas de teatralidad, sin tener necesariamente una finalidad artística, han expandido los linderos de lo escénico llevándolo a zonas en donde no hay fronteras entre el arte y la vida misma, tensionando también las relaciones entre ficción y realidad. Algo parecido a los sueños.

Somos parte de una generación de grupos de teatro que se puso a trabajar en propuestas de dramaturgia nacional y latinoamericana. Nuestros maestros nos llamaron a “inventar el teatro que nos fuera necesario”. Su ejemplo y aliento nos dio fuerza para crear, sentir la riqueza y complejidad de nuestras culturas, mirar hacia nuestro continente y al interior de nuestros países, y a reconocernos en nuestras particularidades y desde ese lugar dialogar con los teatros del mundo.

Nos definimos como “teatro de grupo”, una comunidad reunida para generar procesos creativos a partir de la investigación que deviene en obra, en cultura de grupo, compuesta tanto por las obras que hacemos como por la vida que compartimos en el intento de explicarnos el mundo con unas ganas enormes de ponerlo de cabeza.
Estoy convencido de que el teatro de grupo fomenta la inteligencia colectiva y crea pensamiento. El grupo, de alguna manera, es la obra, no importa cuánto dure. 
La creación colectiva fue una respuesta política, orgánica a ese momento, alternativa a la manera de producción teatral predominante en ese tiempo. Podría ser señalada como una característica importante de los procesos creativos de los teatros de grupo que aparecen en la América Latina y el Caribe a mediados del siglo pasado, los que generaron propuestas de gran vitalidad, nuevos espectadores, nuevos espacios, en abierta confrontación con el teatro hegemónico, atrincherado en la reproducción de modelos preexistentes y en un modo jerárquico de producción con el cual rompe la creación colectiva.

Por estas vías se ha removido el concepto hegemónico de dramaturgia y se han generado espacios y propuestas alternativas a la norma. Esas prácticas de creación propiciaron nuevos tejidos escénicos, los que nos permiten hablar hoy, en plural, de otras dramaturgias.
En ese contexto ha nacido un nuevo actor, orgánico a esta condición, en la que los roles del proceso de producción jerárquico han sido cuestionados, cuando no eliminados.
Vista en el tiempo, la obra de Yuyachkani bien podría leerse en contrapunto con momentos gravitantes de nuestra realidad social y política, dialogando con nuestro tiempo y proponiendo un teatro crítico e inconforme con la norma. La dinámica política, social y artística así nos lo ha demandado siempre, pues vivimos en un país convulsionado por la violencia, la corrupción y el despojo permanente de los derechos sociales, económicos y culturales.
En 48 años de vida nuestro trabajo ha tenido un continuo desplazamiento hacia diversos lugares, físicos y mentales.
A grandes rasgos, podríamos partir nuestra historia en tres momentos: antes, durante y después del conflicto armado interno. La sociedad está reflejada en lo que somos, en lo que hacemos y en lo que decimos. Es así como hemos encontrado el lugar y los caminos de nuestras diferentes dramaturgias que han transitado por ese espacio/tiempo.

Toda esta experiencia vivida ha sido un permanente desafío para encontrar lógicas distintas de creación, capaces de dialogar creativamente con cada momento.
Fue saliendo de Lima que pudimos empezar a conocer nuestro país por dentro y descubrir los desafíos que supone la diversidad cultural peruana, ver y valorar otras corporalidades.

Esta práctica nos condujo por caminos desconocidos, en los que había que estar dispuestos a trabajar en espacios muy diversos, generar escenarios y a entender que las artes escénicas tienen en las expresiones populares una fuente inagotable que viene de la danza, la máscara, la música, el vestido y el uso del espacio, es decir, viajar por el Perú nos conectó hasta hoy con una memoria escénica ancestral.

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Empezamos a viajar por la sierra central, especialmente por el Valle del Mantaro, nos encontramos con el esplendoroso mundo de la fiesta tradicional andina, con otros cuerpos en danza, con personajes enmascarados portando suntuosos trajes bordados: cuerpos que en su acción escriben y sustentan memoria. Ahí encontramos al actor que danza.
El teatro en el que me reconozco viene de ahí, indaga sobre formas antiguas y nuevas que existen entre nosotros de manera viva y que están en constante proceso de renovación desde hace cientos de años.
Con la violencia política que asoló y enlutó nuestro país, durante las dos últimas décadas del siglo pasado, los supuestos básicos de nuestro trabajo afrontaron nuevos retos.
Los cuerpos de nosotros los peruanos se degradaron a tal punto que comenzó a ser cosa corriente verlos masacrados, mutilados y expuestos a la intemperie, enterrados clandestinamente en fosas comunes o, peor, ya no verlos, pues muchos fueron desaparecidos.

Fue inevitable preguntarse:
“¿Para qué sirve lo que hacemos? “,
“¿Qué puede significar poner el cuerpo en esas circunstancias?"

Eran entonces muy agudos nuestros propios cuestionamientos sobre el oficio, y los siguen siendo ahora que el Perú ya no es el país que recorrimos hace 50 años.

Hoy circulan por el mundo torrentadas de pensamiento conservador, que son el arma de un poder económico que pretende hacer cada vez mayor el poder que ejerce sobre la humanidad entera, machacando sobre la pobreza de la gente. Ese poder ha hecho de la democracia un sainete puesto al servicio de sus intereses.
El hambre trae ignorancia y la ignorancia es el caldo de cultivo perfecto para la dominación y el esclavismo.
Sin embargo, hay esperanza en las persistentes y vigorosas luchas que mantienen los pueblos en diversas partes del mundo.
Tocará seguir buscando como siempre respuestas a lo que el mundo nos propone como ruta plagada de desafíos para todos nosotros.
Seguiremos soñando con el Perú nuevo en un mundo nuevo, como quería José Carlos Mariátegui.
Persistiremos desde el teatro, nuestra humilde trinchera, acompañados de nuevas generaciones, en la búsqueda del lenguaje que nos permita ayudar a conjurar los graves peligros que hoy están puestos en marcha, en contra de nuestros pueblos y de nuestra especie.

Muchas gracias.
Gran Teatro Nacional, Lima, 11 de diciembre de 2019.

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Foto1 :propia
Foto2: facebook Yuyachkani

Sobre EXHUMACIÓN, creación de AngelDemonio Colectivo Escénico

Todo el tiempo he estado [cuidando-me], [protegiendo-me], viviendo al acecho y con cautela; y aun así siempre de una u otra forma una termina siendo vulnerada. Desde niña aprendí que hay que estar alerta. Esa tensión me tuvo por mucho tiempo distraída de la construcción de las masculinidades de mis amigos, colegas, compañeros, hermanos. Somos muchas quienes a regañadientes de pequeñas hemos terminado luciendo impolutos vestidos con encajes con el deseo oculto y/o manifiesto - de quienes nos vestían- de parecer unas muñequitas decorativas. Era el mandato. Pero mientras tanto, ¿Qué estaba pasando con los chicos con los que compartíamos los diferentes espacios? ¿A qué los estaban sometiendo con sus regalos de docenas de soldaditos y pistolas, sus gorras militares y pantalones caki? ¿Que les estaban diciendo con aquellos mandatos de reprimir sus emociones? Por ejemplo, "Los hombres no lloran", "juegas como niñita", "Los hombres siempre son valientes".

Durante la función de EXHUMACIÓN veía a esos dos cuerpos en acción, fricción, pseudo/ acercamiento y acercamiento total, entonces reviví muchos de esos momentos que relato líneas arriba. Pero lo más potente está en la evocación a la censura, donde la transgresión del cuerpo "masculino" no esta permitido. He sido testigo de muchas relaciones entre amigos que el tocamiento de ciertas partes del cuerpo los feminiza, y los pone en un lugar vulnerable del cual tienen que salir mostrando su " hombría". He allí cuando surgen las competencias. Mientras que si ese mismo sujeto tocaba "en broma" a una amiga era celebrado, la censura no llegaba.



El guerreo/la bronca/ la mecha como tal está presente de una manera imponente, grosera y hasta criminal en nuestra cultura. Creando mitos para la construcción de una "masculinidad ideal" obligándoles a creércelos, enseñándoles a reprimirse. La mejor defensa será entonces feminizar el cuerpo de un otro para convertirlo en "algo inferior".

Me parece que la danza de los Shapis, es un pretexto para llegar a lo más íntimo de lo que llamamos "guerrero". Es decir, aquí está, siempre ha estado, mezclado entre nosotros, en nuestra cultura, con nuestra religiosidad, con nuestra idiosincrasia ¿Qué hacemos con todo ello?

 El traje de los Shapis es una especie de túnica, pero a nadie se le ocurría llamarlo "vestido", porque lo viste "un hombre". Recuerdo la escena de una película, que jugaba en son de chiste con estas dos palabras "túnica" y "vestido". En dicha escena no se permitía llamar a ese tipo de ropa llevada por un hombre, una autoridad en este caso "vestido" , porque el vestido era una "prenda femenina" reservada al uso de "la mujer"; y al cambiar el vocablo le quitaba "prestancia" a dicha autoridad.

EXHUMACIÓN de Angeldemonio Colectivo Escenico es un trabajo durísimo, visceral. De una gran exigencia corporal donde hay riesgo,se bordea el límite y el compromiso es orgánico. Teatralidad, performance, presentación representación son los ejes escénicos que Miguel Rubio Zapata, director del espectáculo, viene proponiendo desde sus diferentes ámbitos de investigación. Y sobre todo su persistencia en vincular nuestras culturas tradicionales y los momentos de crisis que nos tocan vivir.

#Nosestánmatando, quemando, desapareciendo, violando y esta apuesta escénica -creo yo- se presenta como un espacio para sacar a flote el cuerpo y los rostros, fuera de los trajes y las máscaras. Para así acercarnos, no solo a una discusión orgánica reformista y revolucionaria, sino pasar a la acción donde se puedan articular y desarticular las formas de construir masculinidades. ¿Qué se ha hecho? ¿Qué estamos haciendo? y lo más importante ¿Qué nos toca hacer?

Me he quedado atrapada entre el trance al que me lanza la danza, en el atipanakuy presente una y otra vez. Esperando no se qué en esa cruz de imitaciones de restos de cuerpo y sangre.La docena de zapatos colgados y los que no llegan a elevarse... los vivos, los muertos, los olvidados, los que fueron carne de cañón... porque así tenía que ser.

Hoy es la última función de "Exhumación" a las 8:30 pm. dentro de Sótano 02. Festival de creación escénica contemporánea en el Centro Cultural Universidad del Pacífico








Guerrilla en Paucartambo

Artículo publicado en el Dominical del diario El Comercio - 21 de julio de 2013

 Elizabeth Lino Cornejo

Paucartambo es uno de los seis distritos de la provincia del mismo nombre en el departamento del Cusco. Allí cada año entre el 15 y 19 de julio se celebra la festividad en honor a la Virgen del Carmen, una de las muchas advocaciones de la Virgen María. La fiesta es un despliegue de representaciones con un guión que se repite año tras año. Se reúnen entre dieciocho y veinte grupos de danzantes quienes no solo bailan para la Virgen, sino que tejen entre ellos situaciones e historias, cada una con una relación particular con el  lugar y con la santa. 

Memoria que danza

Esta celebración, una de las más grandes en el sur del Perú, ha captado el interés de estudiosos e investigadores de diversas especialidades, quienes desde distintas ópticas han dado cuenta de su naturaleza. La más reciente e innovadora es la historieta publicada por Miguel Rubio Zapata, director e investigador teatral y el historietista Jesús Cossio. Dicha publicación que no pretende presentarse como material historiográfico ni  académico -a decir del propio Rubio- es un trabajo colaborativo de creación conjunta con los integrantes de la danza Q´apac Ch´unchu, en particular con Lester Cuadros y Efraín Junior Jurado, éste último actual rey de la danza.

Guerrilla en Paucartambo es la primera entrega de la serie “Memoria que Danza” la que tiene como finalidad difundir festividades y tradiciones de las diferentes regiones del Perú. Miguel Rubio, quien ha desarrollado el guión de la historieta, viene trabajando hace muchos años en la investigación y divulgación de la teatralidad popular expresada en las fiestas tradicionales y en particular la danza enmascarada. Gran parte del trabajo teatral que desarrolla con los actores y actrices del Grupo Cultural Yuyachkani se nutre de la performatividad de la representación de la fiesta tradicional, la que se reinventa, actualiza y cautiva.

Jesús Cossio ha publicado, entre otros, Rupay (2008) en co- autoría con Luis Rossel y Alfredo Villar, y Barbarie (2010), ambos sobre la violencia política en el Perú. Trabajos que, sumados al que nos referimos aquí, tienen en común ser historietas que documentan el tema de la memoria. En Guerrilla en Paucartambo tanto Rubio como Cossio trabajan desde la observación y participación directa para construir no una “versión oficial”, sino  compartir el relato tradicional de la danza Q´hapac Ch’ unchu.
Durante largo tiempo en las publicaciones sobre diferentes pueblos, sus costumbres y tradiciones ha aparecido únicamente la mirada, el punto de vista y la subjetividad del investigador o investigadora. El día de hoy en que el “aislamiento” está siendo disuelto por las comunicaciones globales  - y que el ser humano en distintos espacios está haciendo evidente su autonomía- muchos grupos, poblaciones y/o sociedades reclaman su derecho a contar su historia desde su propia voz, con sus propias “verdades” y subjetividades. La historieta Guerrilla en Paucartambo es una propuesta de divulgación de historia y memoria que viene de los propios danzantes del Q´hapac Ch´unchu de Paucartambo.

La historieta

La historia que recrean Rubio y Cossio, se presenta en páginas llenas de color, como el propio paisaje de la fiesta en la que los numerosos danzantes hacen gala de trajes y máscaras. La visita de dos jóvenes al pueblo durante las celebraciones, y su discusión sobre las versiones oídas acerca de la llegada de la imagen de la Virgen del Carmen al pueblo de Paucartambo así como la relación entre Ch´unchus y Qollas son el  pretexto para introducirnos a la fiesta. A través de sus conversaciones nos enteramos que Ch´unchus y Qollas se disputan la permanencia de la Virgen en Paucartambo.

La historieta desarrolla tres momentos. El “Qonoy”, cuando los Qollas empiezan sus acciones y encienden fogatas en la plaza y son neutralizados por los Ch´unchus. El “Bosque”, acción estratégica que los Qollas llevan a cabo para observar los lugares donde se encuentran los Ch´unchus. Este es un momento de jolgorio ya que los espectadores reciben regalos por parte de los Qollas como estrategia de distracción. Finalmente, la “Guerrilla” es el enfrentamiento que marca el clímax de la celebración, donde la plaza es tomada en pleno y convertida en un enorme escenario donde se suceden múltiples acciones. Estrategias de enfrentamiento y lucha ritualizada en un ejercicio de teatralidad limpio y organizado.  Teatralización y devoción que se repiten año tras año sobre una base invariable: los Ch´unchus  ganan la guerra, se quedan con la reina Qolla, recuperan a la virgen y esta se queda en Paucartambo, siempre es así. 

Guerrilla en Paucartambo es un valioso aporte, en un formato creativo, para la divulgación de las diferentes memorias que se construyen sobre las fiestas tradicionales, sobre cómo lo viven, lo sienten y lo danzan sus protagonistas. Se presentará el 27 de julio en el auditorio César Vallejo de la 18 FIL a la 1:00 pm.  

Miguel Rubio Zapata director del Grupo Cultural Yuyachkani, de Perú, recibe el Doctorado Honoris Causa en Arte en Cuba

martes, 11 de mayo de 2010 · Posted in ,


Nota publicada en  la cuenta de facebook del Grupo Cultural Yuyachkani:

Ante la presencia del Ministro de Cultura de Cuba Abel Prieto, el presidente de la Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar, el Dr. Rolando González Patricio, rector de la Universidad de las Artes, directivos de la Casa, actores del Grupo Cultural Yuyachkani, teatristas y estudiantes cubanos, el director peruano Miguel Rubio recibió el Doctorado Honoris Causa en Arte por la Universidad de las Artes, de Cuba.

En la sala Manuel Galich, entrañable e histórico espacio donde, durante más de cinco décadas, se han encontrado artistas latinoamericanos y caribeños, Miguel Rubio recibió la más alta distinción de la importante casa de estudios. Acompañado por sus colegas de vida de Yuyachkani y con música peruana de fondo interpretada por los actores del grupo, Miguel recibió el diploma que lo acredita en esa categoría de manos del Ministro Abel Prieto, un cartel de Allpa Rayku, creación colectiva de 1978 y del cual el grupo no conservaba ningún ejemplar, y una colección de los más recientes discos producidos por la Casa de las Américas.

La Dra. Raquel Carrió, a quien le unen fuertes lazos afectivos y profesionales a Miguel y a Yuyackkani, tuvo a su cargo las palabras de elogio. Ambos discursos, tanto el de Miguel como el de Raquel, pusieron de manifiesto el sentido más profundo de hacer teatro hoy en América Latina, el incuestionable deber de su esencia peleadora, desafiante y provocadora. Miguel fue desmontando su propia trayectoria, que es también la de Yuyachkani, a través de las influencias, diálogos ocultos y visibles con los grandes maestros que vertebran su discurso teatral.
Por su parte, Raquel, en una licencia que resolvió de manera brillante entre el discurso académico y el emotivo, habló desde el corazón, desde la memoria, desde el testimonio vívido, pero también desde la técnica, la artesanía teatral, el método y el sistema de signos y sentidos que durante cuatro décadas ha fomentado el notable colectivo peruano.

La Ventana reproduce a continuación la intervención de Miguel Rubio durante la ceremonia.
El teatro y nuestra América

Palabras de Miguel Rubio en la imposición del Doctorado Honoris Causa en Arte por la Universidad de las Artes, en la Casa de las Américas el martes 11 de mayo de 2010.

Gracias maestra, compañera y amiga Raquel Carrió por tus generosas palabras. Gracias a la Casa de las Américas y al ISA por este reconocimiento que comparto con mis compañeros y compañeras de Yuyachkani.
Compañeros de tiempo de viento y de luz a quienes debo mi aprendizaje. Desde hace cuarenta años soy un observador de su crecimiento, de su autonomía como artistas, autores-actores de su creación, en nombre de cada uno de ellos hago mío este reconocimiento.

Es justo también desde esta tribuna rendir homenaje a los maestros que nos formaron, algunos de ellos sin saberlo, como Luis Valdez y su teatro campesino, de gran inspiración para nosotros.
Augusto Boal, Vicente Revuelta, Flora Lauten, Santiago García, Enrique Buenaventura, Oswaldo Dragún, Rosa Luisa Márquez, Antunes Filho, Eugenio Barba, todos ellos viven en nosotros.

En esta, nuestra Casa de las Américas, entendí y sentí que soy latinoamericano y parte de una moderna tradición escénica que surge en nuestra América a mediados del siglo pasado.
¿Qué es el teatro latinoamericano ahora? Me ha tocado oír esta pregunta en muchas oportunidades y a veces me he visto obligado a intentar responderla sin tener muy en claro qué decir. Y hoy vuelvo a la pregunta, pues se trata de un interés, de una curiosidad, que por alguna razón persiste.

Tengo la impresión de que a veces solemos afrontar esa pregunta con una verbalización grandilocuente, con cierta actitud cansina que se repite, o con medias respuestas dichas como para salir al paso. En otras ocasiones la respuesta consiste en ignorar la pregunta, pasarla de largo o buscar salidas rápidas.

Más allá del silencio como opción o de la fuga ante la pregunta, se suelen oír respuestas dadas por voces que se refieren al tema como algo en vigorosa emergencia, como si nada hubiera cambiado en cincuenta años o, en el otro extremo, presentando al teatro latinoamericano como tema viejo y superado sobre el que tenemos poco o nada que decir.

Cuando la conversación se orienta hacia estos extremos, el aliento se hace corto y el interés rápidamente se desliza hacia temas considerados como «más actuales», «menos complicados» o el discurso es llevado hacia el campo de la estética o de la técnica, por cierto, separadas de su contexto.

Y, claro, sabemos que ha corrido mucha agua bajo el puente, el tiempo no ha pasado en vano y además no vivimos precisamente en tiempos que resistan afirmaciones ligeras o categóricas frente a las situaciones complejas que vivimos.

A decir verdad me siento parte de esa incertidumbre, y de alguna manera hago mío el conflicto de una definición que nos acerque a un sitio que refleje el momento.

Ese lugar, esa patria nueva que hemos llamado «teatro latinoamericano», da señales de insurgencia a mediados del siglo pasado. Se trata de un paradigma, un sueño compartido por muchos, una gran ilusión y, también, resultado de la convicción de sabernos parte de una gran revolución teatral que andaba al paso de una gran revolución social que estaba cantada y de la que no teníamos ninguna duda acerca de su posibilidad y de su inminencia.

Como todo fenómeno artístico, nuestra practica vino acompañada de simplificaciones, de voluntarismo, de retórica, etc. En medio siglo de historia los fundamentos de eso que llamamos la moderna tradición del teatro latinoamericano han pasado por muchos estadios en los que nuestros teatros no han dejado de accionar sobre el contexto y el público de maneras muy diversas.

Nuestras dificultades para asumir el activo y el pasivo de esa memoria no debe llevarnos a la pretensión de ser «modernos» incluyendo esto el costo de omitir nuestra historia reciente, como si se pudiera construir lo nuevo omitiendo lo vivido.
Quienes hemos recorrido un trecho más o menos largo de este camino, tenemos la obligación de dirigirnos especialmente a los jóvenes insatisfechos con el teatro que heredan, para decirles que algunos de nosotros también lo estamos, que nos hemos cansado de las frases categóricas que afirman o niegan de manera absoluta, para decirles que podemos ser del mundo sin renunciar a nuestra aldea, que Godot tiene parientes que lo esperan en estas tierras, que Antígona tiene aquí tantas hermanas como hijos Madre coraje y hermanos Arturo Ui, cómo no.
El tiempo no ha pasado en vano y los sobrevivientes del teatro latinoamericano hemos sabido relativizar nuestros supuestos, por eso seguimos vivos.

Tenemos que hacer un gran esfuerzo para no enfermarnos de olvido, sin que la historia nos pese tanto que nos impida encontrar un equilibrio entre el pasado y el futuro. En ese andar los pesos se han movido, entre una América Latina aparentemente obsesionada en mirar su historia y las particularidades que la hacen distinta en el mundo, y otra Latinoamérica que parece haberse inclinado más bien hacia posiciones en donde prevalece un modelo económico que suscribe una globalización «a cualquier costo», aunque parte del precio a pagar pueda ser el futuro del ser humano.

Los teatreros que antes exhibíamos con orgullo el ser parte de este «paraíso exótico» y «cuna de revoluciones», parece que tenemos ahora grandes dificultades para saber quiénes somos y dónde estamos parados.

Me siento un testigo privilegiado por haber vivido de cerca momentos en los que no había ninguna duda sobre el tema y donde se suscribía con orgullo la vitalidad del teatro latinoamericano.

He conocido a maestros y grupos protagonistas de esta historia, fundadores de esta moderna tradición teatral sustentada fundamentalmente en colectivos de creación en donde aprendimos a inventar sabiendo que la cultura se gesta en cada momento de la vida.

Puedo reconocer características muy concretas que nos hacían semejantes, y al mismo tiempo, diferentes, como son los diversos caminos del teatro en nuestro continente. Con ellos, y gracias a ellos, hemos sabido del impulso de la creación colectiva, del teatro de grupo, y hemos logrado nuevos espacios para la escena.
La irrupción de nuevos personajes protagonistas de nuevas historias, de nuevos actores, de nuevos espectadores y de nuevos espacios, ha implicado el desarrollo de una dramaturgia nueva y compleja, capaz de contener a tanta diversidad.

Se trata de todo un conjunto de señales que nos situaban ante un proceso en el que nos reconocíamos en un entretejido diverso y cargado de matices, como lo son nuestras culturas, y dentro de esa diversidad confluyente pudimos ser testigos y a la vez parte de un movimiento en crecimiento.
Algunas veces hemos dado motivo para que nuestro teatro se asocie a una postura idílica, ingenua, que asocia identidad con una mirada nostálgica y anclada en el pasado, y cuya consecuencia es una cierta simplificación que ciertamente genera rechazo.

Esto conduce a otra postura no menos extrema que sólo encuentra diferencias y por ningún lado semejanzas o factores comunes. Puedo entender que a la base de esta actitud está un rechazo, que comparto, a cierta mirada que asocia teatro latinoamericano a una suerte de expresión menor, vernácula y costumbrista.

En los festivales Europeos muchos querían ver macondo en nuestras obras, cuando no sensualidad amazónica o exotismo altiplánico.

En la otra orilla, algunos colegas que no encuentran razones suficientes para hablar de teatro latinoamericano prefieren aludir a este como el teatro que se hace en Latinoamérica, así de sencillo y punto. Otros, con el fin de sustentar una teatralidad originaria, prefieren refugiarse en los orígenes pre-hispánicos, como si fuera posible que la cultura se pudiera mantener inmutable en el tiempo.

Para encontrar los vínculos que nos permitan hablar de un teatro latinoamericano nos corresponde mirar críticamente y con la menor cantidad de prejuicios posible, a nuestra casi olvidada historia reciente. Así podremos ver cómo lo esencial de esa gran fuerza y vitalidad de nuestro teatro fue posible por la gran confluencia sin precedentes de movimientos generados por actores, autores, directores, dramaturgos y artistas procedentes de todas las disciplinas.

El grupo fue la célula madre en que nos organizamos para gestar esa nueva teatralidad que reclamábamos a voz en cuello y que debía marchar acorde con los tiempos que se vivían, donde predominaba un sentimiento colectivo. Esto sucedió de manera paralela a otras instancias creativas que dieron señales de fogosa presencia como el llamado boom de la literatura, la danza, el nuevo cine latinoamericana, la fotografía, el documental, las artes plásticas, etc.

Esto por cierto fue un hecho estético y fundamentalmente político que estaba en el marco de un intenso contexto político y social. Los artistas, de manera explícita o no, estaban reflejando la esperanza movilizadora de nuestros pueblos empeñados en tomar las riendas de su historia. Y allí, al lado de ellos, y no de casualidad, estábamos los teatreros, inventando auroras, como decía una canción popular nicaragüense de la época.

Me doy cuenta de que esa es una historia más o menos conocida para la gente de mi generación, de modo tal que puedo referirme a ella citando algunos episodios para saber de qué estamos hablando cuando el auditorio es contemporáneo a mí. Al mismo tiempo compruebo la dificultad que me produce trasmitir esta memoria a jóvenes estudiantes, quienes de esa historia solo parecen tener un pálido reflejo. Entre ellos campea el desconocimiento de ese periodo no tan lejano y, claro, los jóvenes tienen todo el derecho de vivir su presente sin cargar con un pasado que no les corresponde.

Sin embargo, hay que decir que a las nuevas generaciones alguna curiosidad debiera darles saber qué hicieron sus padres. Conocer les podría ser de utilidad para poder eliminar fantasmas, ubicarse mejor en su presente y seguir trabajando, sin lastres y sin zonas oscuras en la memoria, en el buen teatro que nos merecemos.

Venimos de tiempos revueltos pero creo que los son más ahora. Intentar una mirada hacia delante implica desde mi punto de vista no solamente reconocer en nosotros la posibilidad de imaginar el futuro, de inventarlo, y no solamente aceptar lo que se nos viene como si fuera dado, parte de un orden natural incontestable. Implica también, saber de dónde venimos, saber cuál es esa memoria que tenemos guardada sobre aquello que hemos denominado Teatro Latinoamericano, la que ahora aparece como una zona inaprensible y, cuando no, desconocida de nuestra historia, de nuestra biografía artística.

Esto significa también dar una mirada integral que nos permita no sólo ver textos y autores, sino también movimientos, desplazamientos. Los espectáculos pueden ser hitos de este reconocimiento, pero al mismo tiempo podemos acercarnos a los procesos creativos, no sólo a sus resultados, sino también a los lineamientos pedagógicos. Así podríamos ver cómo todo esto ha operado en nuestra historia reciente.
Si tomáramos como punto de partida la mitad del siglo pasado, veríamos un movimiento en proceso, un teatro que se lanza a inventarse, a reconocer sus particularidades como resultado de una grande y rica diversidad cultural, y al mismo tiempo veríamos nuevos sectores sociales tradicionalmente deprimidos sacando la cabeza como público, como hacedor y copartícipe primordial.
No es mi intención hacer un recuento histórico pero sí reclamar la tarea pendiente del rescate y la reconstrucción de una memoria donde concurra de manera integral nuestra historia en todas sus múltiples vertientes.
A mi entender, los mejores momentos, si podemos hablar de mejores momentos, o más bien, los momentos de gran fuerza y singularidad en esta historia, han sido aquellos en que nuestro teatro ha sido parte de las luchas de nuestros pueblos por darse una vida mejor. Entonces, en esos momentos, nos atrevimos a reconocernos en nuestra particularidad y a inventar creativamente el teatro que nos hacía falta, sin vernos obligados a marchar al compás de las culturas hegemónicas.

Si con algo esencial me quedo de ese proceso vivido desde mediados del siglo pasado, es con el ejercicio del teatro como un espacio de creación, pues nuestros viejos maestros nos enseñaron a inventar. Esa ha sido la lección fundamental. Abrirse a la invención es lo que nos ha permitido cambiar y transitar por los caminos más diversos para saber decir y para saber estar en el momento apropiado, para acercarnos a formas genuinas de teatralidad nacidas de la necesidad de comunicar. Ese ha sido el camino que he recorrido con mi grupo Yuyachkani y nuestra historia es un episodio, una pequeña parte de la historia del teatro latinoamericano.

Los impulsos que dieron origen al teatro radical y contestatario de mediados del siglo pasado, no procedían de ningún esfuerzo voluntarista ni de la operación dialéctica de ideología alguna. Sus raíces, las que lo explican y le han permitido ser, se hunden en la historia y proceden de la necesidad de refutar la imposición política y cultural derivada de la conquista. El teatro europeo fue impuesto desconociendo las formas de la representación que habitaban en estas tierras, las que en el mejor de los casos fueron señaladas con categorías occidentales, siendo muchas de ellas proscritas con argumentos teológicos convergentes con las necesidades de la conquista y la dominación. Durante la conquista y el coloniaje, a la exclusión de los indígenas –cuya condición de seres humanos, incluso, fue puesta en duda por la ideología oficial– correspondió la exclusión de prácticas artísticas y culturales. Estos últimos procesos no se pueden considerar concluidos aún hoy.

En la misión colonial aquello que no pudo ser erradicado fue incorporado para interiorizar los valores del catolicismo usando para ello los elementos de representación presentes en la danza, la música y la imagen, los que posteriormente van a ser asimilados en los grandes despliegues festivos, iniciándose así niveles de mezcla y sincretismo con los cuales convivimos hoy y los que sustentan el encuentro de elementos pre-hispánicos y cristianos en una conjunción de ritos de diversa procedencia. Sensibilizarnos sobre cómo opera este mecanismo sincrético es fundamental para entender la mezcla y la hibridización de procesos culturales en constante movimiento.

En el curso de la colonia, muchas formas de la representación pre-hispánica asumieron moldes de acuerdo a parámetros del teatro occidental, es decir, los «géneros» oriundos encontrados por la conquista fueron definidos con referencia a un canon cultural español, conllevando esto el despojo de las formas originales y castrando de ellas su esencia de evento efímero, en algunos casos ritual y sagrado.


Esta es historia conocida y merece recordarse porque actualmente se siguen desconociendo prácticas escénicas que no corresponden a la hegemonía cultural. Por eso nos parece justo afirmar una teatralidad compleja, que tenga que ver con reconocernos en una identidad inclusiva.

Las formas dramáticas de origen pre-hispánico son similares a géneros asiáticos como el teatro chino, japonés o hindú donde, por ejemplo, no existe la separación entre actor y danzante, y donde se privilegia la experiencia de lo que se genera en la escena antes que lo que se narra, lo cual muchas veces es un pretexto sobre el que se entrelazan códigos que componen un tejido complejo.

Debemos a Antonin Artaud, Jerzy Grotowski, Peter Brook y Eugenio Barba, entre otros, el haber repensado y ampliado criterios para acceder a otros niveles de entendimiento de las prácticas escénicas. Ellos dirigieron una atenta mirada hacia lo sagrado, lo ritual y lo antropológico, indagaron en culturas originarias de Asia, África y América Latina y el Caribe. Esta mirada se nos devuelve como un espejo en cuyo reflejo todavía no nos hemos confrontado de manera suficiente con ese caudaloso imaginario escénico que habita entre nosotros desde los orígenes de nuestra civilización.

El teatro es una construcción cultural que nace de valores determinados de acuerdo a la comunidad donde se genera, respondiendo a relaciones sociales específicas, como lo fueron las que operaron en diferentes momentos de la historia. El teatro que llega de España es el teatro del padre, que vino y se impuso ante el teatro de la madre, el de la América pre-hispánica, generado en contextos rituales, celebraciones, juego, danza, enmascaramiento. Estas formas siguen vivas y han cruzado el tiempo con una mitología que las sustenta y desde donde se construyen acontecimientos irrepetibles que evocan maneras ancestrales de la representación.
Las nuevas generaciones no tienen modelos y nuestras fronteras escénicas están saludablemente movidas, hay zonas cada vez mas indefinidas y en ellas nuevos espectadores, todo esto situado en un marco cultural expandido y trans-universal.

Se hace necesario que el lenguaje de nuestro oficio no se resista a usar nuevos términos y que podamos ir al encuentro de una teatralidad compleja, que tenga que ver con reconocernos en todos los matices de una identidad inclusiva, donde se encuentren los elementos de una América pre-hispánica, y en ella lo híbrido, el arte conceptual, el artista objeto y sujeto de su obra, la negación de la representatividad, la intervención de espacios públicos, las ambientaciones, la apropiación de tecnologías, etc. Todas estas entradas cobran sentido y son pertinentes como objetos de exploración, debido a lo complejo de nuestras sociedades, donde ciudadanía, exclusión, corrupción y racismo son objetos de reclamo permanente.

El buen teatro siempre será aquel que funciona en los códigos de su comunidad sin renunciar a esa compleja relación entre lo real y el artificio.

La América Latina y Caribe no es una sola, es indígena, es africana, es europea y es contemporánea abierta a todas las practicas escénicas del siglo XXI; nuestro teatro recorre el espíritu de los tres continentes y se alimenta culturalmente de esas tres raíces y con ellas dialoga en igualdad de condiciones con los teatros de todo el mundo.

Miguel Rubio

Elizabeth Lino Cornejo. Con la tecnología de Blogger.