Cesar Vallejo dice que el teatro es como un sueño, algo que
irrumpe acompañado de metáforas contradictorias y de una naturaleza arbitraria,
atributos con las que soñar nos lleva a un mundo distinto, en el que seguimos
vivos pese a estar en otra frecuencia.
Hace 48 años nos lanzamos a soñar para dialogar así con
nuestro país. En el camino nos encontramos con narrativas y personajes
históricamente invisibilizados, los que luego reaparecerían como protagonistas
de nuevas historias que contaban del desarraigo, la migración, la injusticia,
el derecho a la memoria.
Al afinar, entonces, la mirada en el entorno, nos sentimos
herederos de viejas tradiciones y también confrontados con los complejos e
intensos procesos sociales y políticos que teníamos frente a nosotros.
Los lenguajes de nuestro teatro se cargaron así de
visualidad, de teatralidad callejera, de oralidad, de carnaval, de fiesta con
máscara, música y danza. Prácticas culturales diversas, tradicionales y
contemporáneas, se amalgamaron rompiendo imaginarios y estimulando nuevas
narrativas. En este proceso entendimos el teatro como un fenómeno local, como
construcción cultural históricamente determinada.
Los movimientos sociales y sus prácticas de teatralidad, sin
tener necesariamente una finalidad artística, han expandido los linderos de lo
escénico llevándolo a zonas en donde no hay fronteras entre el arte y la vida
misma, tensionando también las relaciones entre ficción y realidad. Algo
parecido a los sueños.
Somos parte de una generación de grupos de teatro que se
puso a trabajar en propuestas de dramaturgia nacional y latinoamericana.
Nuestros maestros nos llamaron a “inventar el teatro que nos fuera necesario”.
Su ejemplo y aliento nos dio fuerza para crear, sentir la riqueza y complejidad
de nuestras culturas, mirar hacia nuestro continente y al interior de nuestros
países, y a reconocernos en nuestras particularidades y desde ese lugar
dialogar con los teatros del mundo.
Nos definimos como “teatro de grupo”, una comunidad reunida
para generar procesos creativos a partir de la investigación que deviene en
obra, en cultura de grupo, compuesta tanto por las obras que hacemos como por
la vida que compartimos en el intento de explicarnos el mundo con unas ganas
enormes de ponerlo de cabeza.
Estoy convencido de que el teatro de grupo fomenta la
inteligencia colectiva y crea pensamiento. El grupo, de alguna manera, es la obra, no importa cuánto
dure.
La creación colectiva fue una respuesta política, orgánica a
ese momento, alternativa a la manera de producción teatral predominante en ese
tiempo. Podría ser señalada como una característica importante de los procesos
creativos de los teatros de grupo que aparecen en la América Latina y el Caribe
a mediados del siglo pasado, los que generaron propuestas de gran vitalidad,
nuevos espectadores, nuevos espacios, en abierta confrontación con el teatro
hegemónico, atrincherado en la reproducción de modelos preexistentes y en un
modo jerárquico de producción con el cual rompe la creación colectiva.
Por estas vías se ha removido el concepto hegemónico de
dramaturgia y se han generado espacios y propuestas alternativas a la norma.
Esas prácticas de creación propiciaron nuevos tejidos escénicos, los que nos
permiten hablar hoy, en plural, de otras dramaturgias.
En ese contexto ha nacido un nuevo actor, orgánico a esta
condición, en la que los roles del proceso de producción jerárquico han sido
cuestionados, cuando no eliminados.
Vista en el tiempo, la obra de Yuyachkani bien podría leerse
en contrapunto con momentos gravitantes de nuestra realidad social y política,
dialogando con nuestro tiempo y proponiendo un teatro crítico e inconforme con
la norma. La dinámica política, social y artística así nos lo ha demandado
siempre, pues vivimos en un país convulsionado por la violencia, la corrupción
y el despojo permanente de los derechos sociales, económicos y culturales.
En 48 años de vida nuestro trabajo ha tenido un continuo
desplazamiento hacia diversos lugares, físicos y mentales.
A grandes rasgos, podríamos partir nuestra historia en tres
momentos: antes, durante y después del conflicto armado interno. La sociedad
está reflejada en lo que somos, en lo que hacemos y en lo que decimos. Es así
como hemos encontrado el lugar y los caminos de nuestras diferentes dramaturgias
que han transitado por ese espacio/tiempo.
Toda esta experiencia vivida ha sido un permanente desafío
para encontrar lógicas distintas de creación, capaces de dialogar creativamente
con cada momento.
Fue saliendo de Lima que pudimos empezar a conocer nuestro
país por dentro y descubrir los desafíos que supone la diversidad cultural
peruana, ver y valorar otras corporalidades.
Esta práctica nos condujo por caminos desconocidos, en los
que había que estar dispuestos a trabajar en espacios muy diversos, generar
escenarios y a entender que las artes escénicas tienen en las expresiones
populares una fuente inagotable que viene de la danza, la máscara, la música,
el vestido y el uso del espacio, es decir, viajar por el Perú nos conectó hasta
hoy con una memoria escénica ancestral.
Empezamos a viajar por la sierra central, especialmente por
el Valle del Mantaro, nos encontramos con el esplendoroso mundo de la fiesta
tradicional andina, con otros cuerpos en danza, con personajes enmascarados
portando suntuosos trajes bordados: cuerpos que en su acción escriben y
sustentan memoria. Ahí encontramos al actor que danza.
El teatro en el que me reconozco viene de ahí, indaga sobre
formas antiguas y nuevas que existen entre nosotros de manera viva y que están
en constante proceso de renovación desde hace cientos de años.
Con la violencia política que asoló y enlutó nuestro país,
durante las dos últimas décadas del siglo pasado, los supuestos básicos de
nuestro trabajo afrontaron nuevos retos.
Los cuerpos de nosotros los peruanos se degradaron a tal
punto que comenzó a ser cosa corriente verlos masacrados, mutilados y expuestos
a la intemperie, enterrados clandestinamente en fosas comunes o, peor, ya no
verlos, pues muchos fueron desaparecidos.
Fue inevitable preguntarse:
“¿Para qué sirve lo que hacemos? “,
“¿Qué puede significar poner el cuerpo en esas circunstancias?"
Eran entonces muy agudos nuestros propios cuestionamientos
sobre el oficio, y los siguen siendo ahora que el Perú ya no es el país que
recorrimos hace 50 años.
Hoy circulan por el mundo torrentadas de pensamiento
conservador, que son el arma de un poder económico que pretende hacer cada vez
mayor el poder que ejerce sobre la humanidad entera, machacando sobre la
pobreza de la gente. Ese poder ha hecho de la democracia un sainete puesto al
servicio de sus intereses.
El hambre trae ignorancia y la ignorancia es el caldo de
cultivo perfecto para la dominación y el esclavismo.
Sin embargo, hay esperanza en las persistentes y vigorosas
luchas que mantienen los pueblos en diversas partes del mundo.
Tocará seguir buscando como siempre respuestas a lo que el
mundo nos propone como ruta plagada de desafíos para todos nosotros.
Seguiremos soñando con el Perú nuevo en un mundo nuevo, como
quería José Carlos Mariátegui.
Persistiremos desde el teatro, nuestra humilde trinchera,
acompañados de nuevas generaciones, en la búsqueda del lenguaje que nos permita
ayudar a conjurar los graves peligros que hoy están puestos en marcha, en
contra de nuestros pueblos y de nuestra especie.
Muchas gracias.
Gran Teatro Nacional, Lima, 11 de diciembre de 2019.
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Foto1 :propia
Foto2: facebook Yuyachkani